La cabellera.

sábado, 25 de junio de 2011

Desde que tengo el poder del recuerdo, siempre me ha gustado mucho traer el pelo largo, un poco abajo de los hombros. El día de hoy acompañé a mi mejor amiga de la universidad a que se cortara el pelo y le quedó tan bello, que me quedó esta sensación de "quizás, sólo quizás, sería bueno traerlo corto una vez más". Lo más corto que lo he traido fue abajo de la oreja, lo suficiente como para poder amarrarlo, no tan aventurado. He buscado algunos cortes de pelo en internet y hay dos que me llaman la atención, un corte asimétrico y otro que es corto pero con un fleco francés precioso. "¿Me veré bien con eso?", la duda me invade como secundariana que irá a su primer día de clases, con un uniforme nuevo.

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Mi primer día de clases en la secundaria lo recuerdo bien clarito. Llegué tarde. La gente que me conoce sabe que detesto llegar tarde a algún lado, pero no fue mi culpa; en esos día yo tenía transporte escolar, se le hizo tarde al señor que nos llevaba a la escuela y fin de la historia. Yo iba con mi uniforme completamente nuevo, el cual consistía en una falda súper incómoda, una camisa blanca que daba mucho calor y un moño enorme, que parecía de gatito de mansión. Yo iba muy emocionada, me gustaría hasta exagerar y decir que mi moño en el cuello era el más grande de entre todos los moños de las niñas de ese colegio. Quisiera que eso fuera verdad, porque así me sentía.

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No sé bien si cortarme el pelo. Otra duda que tuve es, ¿Por qué tener el pelo largo? Mi mamá y mi tía lo tienen corto, obvio mi papá y mi hermano también. Pero mi pelo en esta casa siempre se ha distinguido por ser largo, ondulado y bonito. No es pecar de presunción, pero lo cuido demasiado como para no decir lo bonito que me parece mi pelo. A veces siento que el pelo largo tiene más vida, es más maleable, te permite cambiar. Es negro, un negro precioso, con alguna canas por ahí. En mis mejores besos, los chicos han jugado con los pequeños rizos que se forman al final de mi cabellera.

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Mi último mejor beso (de esos que no olvidas y que en el tiempo que duran todo es nítido y piensas que estás haciendo algo bello, hermoso y hasta correcto) fue en el metro. Hacía mucho frío y, como siempre, pensé que lo hacía con la persona correcta. Pero no te hablo de la persona, te hablo de mi pelo. Estábamos abajo del ventilador del aire acondicionado del metro y yo iba con el pelo suelto y mi fleco muy bien planchado, porque a simple vista me veía bien de esa manera. Si te clavas en la textura de mis detalles físicos, quizás ya no sea tan atractiva, como mis ojeras enormes o la manchita blanca que tengo en mi diente de conejo izquierdo. En fin, unos momentos antes de que yo bajara de dicho transporte, el aire acondicionado empezó a funcionar a todo lo que daba y yo llevaba una bufanda negra italiana que me había comprado hace años para la boda de una amiga. También llevaba un abrigo negro(+) y él llevaba una gabardina negra larga, de esas con las cuales los hombres se ven bien, se ven elegantes: se ven masculinos. Y antes de bajar en mi estación correspondiente, me besó y hasta tuve que ponerme de puntitas para responder el beso como se debía. En un entreabrir de ojos vi cómo volaba mi bufanda y el pelo se me alborotaba un poco, casi como si fuéramos la escena perdida de un par de jóvenes en un coche en movimiento, algo tan cursi y hermoso como si fuera de película de la nouvelle vague. Cuando el metro se detuvo, recuerdo cómo él ponía un mechón de mi pelo detrás de la oreja y salí rápidamente de ahí, no sin antes rematar con un piquito, como acostumbro hacer en esos casos. Uno nunca sabe si la persona es la indicada (posteriormente ya no recuerdo otro emocionante, sólo besos promedio [y hasta aburridos]); pero algo dentro de mi sabía que ese momento, con el pelo en el aire, la bufanda trémula y mis manos bajo su gabardina: todo ahí era correcto y sensato.

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Tampoco es que le ponga miles de químicos. Todo en el arreglo del pelo es el ritual más femenino que tengo. Primero lo seco un poco para que no me duela la cabeza en la tarde, aplico un poco de crema para peinar, para que no se esponje cual gatito enojado. Cepillo un poco (depende de cómo me vaya a peinar), plancho mi flequito y al final agrego un poco de mousse y aceite para que brille y cierren las puntas. Odio que en el trabajo no me dejen llevar fleco.

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Hubo este tiempo en que por el trabajo, dejé de alaciarme el fleco. No me corté el pelo en meses y me sentía triste. Me sentía desarreglada y eso me afectaba anímicamente.

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Y tengo esta teoría de que el pelo reacciona dependiendo de tu estado de ánimo. Como cuando no duermes nada y el pelo está todo feo y no se hace ondulado. Igual y hasta resulta imposible de peinar. Hay veces en que duermes bien y hasta parece que en vez de ondulado, son rizos naturales. Me gusta esa teoría. porque entonces el pelo también se vuelve algo vivencial, lo cual lo hace más hermoso.

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Un día me pasó algo terrible. Y ese día, mi pelo estaba lacio y triste.

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Entre más lo pienso, creo que no me quiero cortar el pelo. Quiero plancharme mi flequillo, peinarlo con dos trenzas, dejarlo suelto mientra tengo la cara frente al ventilador de mi casa. Dejar dos mechones junto a las orejas y hacerme una colita de caballo. Quiero que un día, mientras baile, se mueva libre.

Me gusta mi cabellera, porque la pueden sostener mientras me besan. Porque puedo peinarme con las uñas cuando estoy nerviosa. Porque pueden poner un mechón atrás de mi oreja. Porque es negro, un negro lindo.

Amo a mi cabellera, con todo y sus canas y su ira ondulada.

Amo mi cabellera porque, más que un conjunto de pelo, me gusta pensar que son todos esos recuerdos de preparatoria y secundaria, todos esos besos fugaces que me han dado. Es un conjunto de todas esas veces en que mi corazón se ha roto.
 
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