Afuera no hace un día tan hermoso, como para realmente querer estar ahí

sábado, 13 de septiembre de 2008

Estoy en la clase más aburrida del mundo. No puedo evitarlo: lo único que me pasa por la mente es matar al profesor, matar a mis compañeros, tal vez matarme a mí. Alguna vez, no hace mucho, soñé que en medio de la clase me levantaba de mi asiento, salía del salón, me subía al barandal del pasillo y me dejaba caer. Desperté bastante precipitada, pero en la vida real no sé si esa distancia –un segundo piso- pueda matarme, a menos que me golpee la nuca o que una sombrilla me atraviese el cuerpo. No lo sé, pero la verdad es que matarse haciendo tanto drama, sí es una estupidez bárbara, como todo lo que implica el ser muy dramático, de hecho.

Tomo mi mochila y busco algo para distraerme, ya que no hablo con nadie de este salón y no tengo interés alguno, de hecho. Soy como el gato que busca una bola de estambre, como el niño que busca un juguete en la bolsa del mandado de su madre. Me da tristeza confesar que, partiendo de la idea de que mi mochila puede llegar a reflejar un poco lo que soy yo, dudo que contenga algo divertido, o al menos entretenido. Siendo una chica que con respirar está conforme, la única aspiración de mi bolso probablemente es servir para lo que siempre estuvo destinada: guardar cuadernos, lápices y otras cosas. Por lo tanto, jamás encontraré ahí un paquete de cocaína, mucho menos un arma. Lo primero que me encuentro es mi cuaderno, el cual no me interesa, porque este profesor no dice nada interesante como para que yo sienta un impulso sincero de tomarlo y anotar algo que me haya parecido interesante. Dejo el cuaderno ahí y sigo buscando.

Lo usual, hasta ahora: lápices, corrector, miles de plumas (algunas son prestadas), copias, recibos y separadores de páginas. Me encuentro con mi cartera, pero como cualquier persona aburrida, sólo tengo lo necesario: dinero, papeles, pastillas para el dolor de cabeza. Desde que un día tuve un agonizante dolor de cabeza, desde que desperté hasta que logré dormir, procuro traer todo un paquete y a la menor provocación mental, tomar una pastilla. Siempre recurrir a la medicina. Lo que es el auto-medicarse, sinceramente, es el tratar de evitar cualquier sensación de dolor, porque de hecho somos personas que ven innecesario eso de sentirse un poco mal. Es decir, que te duela un poco la cabeza –por el stress o falta de sueño- no es nada comparado a una apendicitis, pero en tanto hay una posibilidad de eliminar ese pequeño dolor, se hace lo posible. Yo, en mi caso, traigo pastillas para evitar el dolor de cabeza, cólicos, estómago y cuerpo cortado. Puedo ser una masa inmunológica a este paso, nadie estará tan cómodo con su dolor extinto como yo. En fin, tengo también demasiadas tarjetas, es obscena la cantidad de tarjetas que tengo. Credenciales para la escuela, el trabajo, licencia de manejo, de débito, de crédito y así hasta el infinito. Es ridículo, si tan sólo todo se resumiera en una credencial, nos evitaríamos demasiados problemas. Pero el objetivo siempre es complicarse la vida. Tengo también condones, pese a que ya sé que no se deberían tener en la cartera. Varias personas me han dicho que de todos modos es el hombre el que debería guardarlos (idea que encuentro bastante retrógrada), pero, en primer lugar, siempre es bueno tener cuidado. En segundo lugar, a mi también se me olvida sacarlos en el momento adecuado y terminamos en lo mismo. Entonces, para pura la madre tener esos condones en la cartera, cuando lo que debería tener es un paquete de pastillas anticonceptivas o, en todo caso, la llave para un cinturón de castidad, objeto que de todos modos sería inútil, porque aún con el cinturón puesto y reforzado, el acto pasaría. Es demasiada preocupación para lo que siempre resulta inevitable. Fuera de todo lo demás, lo que queda en la mochila son envolturas de dulces, chocolates y chicles.

Al no encontrar nada, sólo tengo dos ideas en mente: la primera es sobrevivir a la clase para después irme a otra, tal vez todavía más aburrida. Esta idea me mata. Por otra parte, creo que efectivamente un bolso puede reflejar, de una manera un poco superficial, la clase de persona que eres: un cúmulo de dolores que puedes distraer y no reflejar, un rostro diferente para cada lugar al que vas, un intento inútil de cuidarte y mucha basura, que alguna vez fue algo útil y que ahora no estás dispuesto a desechar.

4 comentarios:

Octopus Queque dijo...

Creo que alguien debería decirme "El título es muy largo, pero le queda bien". Ay, es que soy muy mala para los títulos jaja.

Reb. dijo...

Me gustó el título; sin peros.

¡Saludos!

  dijo...

Y a mí me gustó todo.

:'(.

Anónimo dijo...

Estimada,

Ahora si ya hace un chingo de tiempo que no nos vemos!!!!!.

Me dio mucho gusto encontrar tu blog, peor me dio más gusto leer este post en el cual me identifico claramente en la actitud escolar, yo también pienso acerca de que puede convenir en una clase tan aburrida, matar al profesor o a los compañeros, o bien como dices matarme yo mismo.

En fin, un pensamiento símil a uno mío me hace creer que no estoy tan loco como creía.

Un Saludote.

 
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