Carmen es una mujer realmente hermosa. Su pelo es color rojo, un rojo tan intenso como la sangre; sus labios son grandes, carnosos y deliciosos. Ella era la inocencia y la sencillez hecha persona.
La conocí por su música. Cuando yo me encuentro en mis clases de artes plásticas, pues nuestros salones están juntos, asi que mientras ella toca el violoncello yo hago las obras más perfectas en su estilo, recordando la finura de su cara y lo hermosos que son sus ojos. Las notas que ella pronuncia retumban en mis oídos, asi como un beso que recorre el cuerpo en la oscuridad de una noche de otoño.
No había duda que la amaba.
Un viernes que la invité a comer, estuvimos platicando buen rato acerca de su vida: cómo nació su amor por la música, por el violoncello y por otras cosas. En el momento en que ella le ponía sal a su ensalada, tuve que explotar.
-Carmen…
-Si, dime
-Tengo que decirte algo…
-Te oigo- sonrió
-La verdad es que desde hace mucho tiempo estoy enamorado de ti, de tu música, de las notas que grita tu violoncello en el salón vecino. Adoro la forma en que hablas, en que caminas y en que respiras. No puedo dejar de pensar en ti, en tus deliciosos labios ni en tus bellos ojos. Te amo.
Ella se quedó pensando, sin ninguna facción facial. Solo me veía y yo a ella.
-¿Sabes? Me tengo que ir, si quieres yo pago la cuenta.- me dijo sonriendo.
-No, no te preocupes…-Le dije, con la sonrisa más falsa del mundo.
-Nos vemos después, ¿vale?
-Si claro, adiós-
-Adiós.
Regresé a mi casa sin sentimiento alguno. No sabía si estar feliz por que le había dicho toda la verdad o estar triste por la manera tan indiferente en que ella lo había tomado. No era tan sencilla como lo había pensado.
Esa noche estuve viendo la luna llena y las estrellas, con una buena y amigable botella de vino tinto, del mismo color que el cabello de Carmen. Me acosté y lloré hasta que mi mente me dijo que era hora de dormir.
No fue sino hasta el miércoles cuando decidí ir a la escuela, quería seguir en mi casa escuchando música y durmiendo, pero tenia que regresar, con o sin Carmen. Estaba sacando mi material cuando escuché que ella llegó, abrió el salón de música y se encerró a practicar un concierto para Violoncello. No podía concentrarme; mientras yo modelaba la plastilina, escuchaba sus palabras, las notas dejaron de existir y ya solo escuchaba su voz, susurrándome dulces palabras. No aguanté, tiré los materiales, salí corriendo del salón y entré al suyo.
-Hola - dije algo colérico.
-¡ah! Me asustaste, hola, ¿cómo estás?
-mal, muy mal.
-¿Por qué?
- Por favor no me veas con esos malditos ojos de indiferencia, Carmen, bien sabes porqué…
-ah…si, eso- mientras dijo eso, bajó la mirada, acomodó sus dedos en el violoncello y empezó a tocar.
-¿Por qué no me dices algo? ¿Que no ves que estoy enfermo de ti? ¡Me da rabia que no le veas importancia! Vomito sangre de solo pensar en ti. Te veo en las nubes, en las estrellas, al lado de mi cama, en todos lados menos conmigo.
Ella no dejó de tocar.
-¡Deja de tocar! Te suplico una respuesta, por favor, mátame, lastímame pero no me abandones en el silencio
En un repentino cambio, alzó la mirada y con su sonrisa me dijo:
-¿Qué te parece si hablamos de esto en otro momento?
-ah….claro, si.
-Gracias.
Salí y cerré la puerta. Me quede pensando un momento en lo ocurrido. Me di la vuelta y al tratar de abrir, ella ya había puesto seguro a la puerta. Regresé a mi salón, recogí mi trabajo y seguí modelando la figura en plastilina... y la hermosa figura de Carmen en mi mente.
Cómo me hubiese gustado ser sordo durante esos 120 minutos.
Iba yo de salida cuando escuché su voz, no en notas.
-Hola, ¿nos vamos?
-¿qué?
-Si, vamos a hablar de nuestro asunto, ¿no?
-ah, claro – dije con la indiferencia más falsa del mundo.
Llegamos a mi casa y nos sentamos en el sofá negro. Jamás me gustó ese sofá, pero fue un regalo de mis padres y fue imposible tirarlo. Le invité unos vasos de Vodka y platicamos muchas cosas; de sus ideales, de los míos, de sus problemas, de los míos y un largo etcétera.
Después de un rato de cosas inútiles, por fin surgió el tema.
-Tengo algo que decirte, Antonio.
-…ah, dime
En ese momento ella se acercó y me susurró suaves notas al oído y después me dio un gran beso, al cual yo respondí con una caricia en su mejilla. Yo cerré los ojos, pensando en lo maravillosos que eran esos besos con sabor alcohólico. El momento era éste, yo me encontraba recorriendo toda la geografía de su cuerpo, recorriendo sus llanuras, sus montañas, sus vertientes, sus olas, el misterio de su naturaleza.
Cuando me di cuenta, estábamos abrazados en el sofá negro que tanto me disgusta. Recordé todos los momentos de esa noche y me levanté, tomé un poco de vodka y fui a mi cuarto. Ella abrió poco a poco los ojos hasta que por fin se levantó. No podía recordar lo que había pasado, pero al hallarse desnuda y ver la botella de vodka en el suelo, dedujo lo que había pasado. De repente, salí de mi cuarto y la saludé.
-Hola, ¿cómo amaneciste?
-bien, con un poco de dolor de cabeza.
- no te preocupes, esos dolores son pasajeros.
-si, tienes razón.
Nos quedamos viendo el uno al otro, ella me sonrió y yo le respondí la sonrisa.
Después de cinco minutos de silencio fui a mi cuarto, otra vez, a traer la figura femenina de plastilina que había moldeado la tarde anterior y se la enseñé.
-¡Que belleza!- me dijo.
-Si, pero siento que le falta algo.
-¿cómo qué?
En ese momento tomé las tijeras que estaban en la mesita de centro y la apuñalé en el pecho; ya no se le notaba tanto la sonrisa.
-¿Por qué? ¿Por qué me haces esto?
Baje la mirada, saqué las tijeras de su pecho y las coloqué en el estómago.
-¡No lo hagas! ¡Por favor! ¿Por qué? – Empezaron a correr las lágrimas de sus grandes ojos- ¿Por qué lo haces, Antonio? ¡Déjame!
En ese momento cerré los ojos y empecé a atacarla por todo su cuerpo, dejó de ser un mapa sensual y se convirtió en una bolsa de carne putrefacta.
Salí corriendo directo a mi cuarto. Después de tomar un poco de aire, me bañé, me vestí, fumé 3 cigarrillos y me puse algo de perfume. Salí y lo primero que noté fue su cuerpo descansando inmóvil en el sofá que ya no era negro, sino rojo, como el cabello de Carmen. Me agaché, corté un mechón de su cabello, lo sumergí en un poco de sangre que estaba en sus carnosos labios y puse el mechón en la cabeza de la figura de plastilina.
-En efecto, eso es lo que me faltaba.
Al voltear, vi sus grandes ojos azules, quietos, silenciosos, viéndome. Permanecí en silencio. No estaba nervioso, ni feliz y mucho menos triste.
-Hay que aceptarlo, Carmen, era justo que hiciera esto….sabes bien que no me llamo Antonio, asi que no me mires así, fue el alcohol el maldito medio para que me amaras.
Agarré su cabeza y la volteé para que viera la pared y no se volvió a tratar el asunto.
Es una lástima, una verdadera y jodida lástima. Esas piernas ya no serán para su violoncello ni para el bastardo de “Antonio” que la amó y abusó de ella en una sola noche.
Pero lo que más duele, es que Carmen jamás fue, ni será, pertenencia mía.