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viernes, 25 de agosto de 2006

No podía evitar voltear a todos lados mientras Cristina hablaba y hablaba sin parar, como si fuera un mico bailando al compás de un organillero. La ventana me mostraba un mundo al cual yo podía correr mostrando, hinchada de orgullo, mi libertad ganada a la fuerza: superflua, pero llena de pedantería.

- Elsa, ¿me estás escuchando?
- Sí sí, ¿por qué otra razón estaría aquí?

Las razones falsas la hacían sentir bien. Era como una especie de morfina para ella: la hacía sentir tranquila, como que le daba esa engañosa sensación de que tenía alguien en quien confiarle la vida. Yo sé que ella ya no sentía a ese Dios que me jura que existe y que nos ama. Ya no cree que somos hermanos, ya no tiene la fe en Ave María Purísima, Sin Pecado Concebida.
Y es que las cosas son siempre así: mientras uno esté en el fondo, sólo se quieren oir gritos desde arriba, exclamando que todo estará bien. Lo malo es que yo estaba junto a ella, en el fondo, en el culo del carajo, solíamos decir. No sé qué le pasa por la mente que piensa que para mí todo está bien, que todo está en orden.

- Te digo, pues, Elsa...Elsa María, escúchame.

Me decía por mi nombre completo cuando quería toda mi atención. Hasta cierto punto me gusta mi nombre, pero no cuando lo dice ella, ella, ella. Es raro, me siento como experimento de Pavlov, que lo sabría explicar en estos momentos, pero mi maestra de psicología fue un asco y sólo entendí lo básico: perros / campana / babean. En mí era algo como Yo / Mi Nombre en su voz / Obedecer. Odiaba mi nombre-completo cuando ella lo decía. Me gusta cómo suena cuando me llaman por teléfono (ciertas personas, claro), cuando me preguntan cosas de algún libro o cuando quieren hablar conmigo de algún programa de TV. Pero no de Cristina.

Ella necesitaba saber que en mí podía confiar su vida, pero me da miedo decir que yo ya la hubiera dejado caer al precipicio. Y Odio pensarlo, por que sé que digo eso por que todo mi desprecio - acumulado - en - 18 - años se descargaba en ella, en su necesidad de auxilio, pidiéndome vida. El absurdo total. Como diría Korn: This state is elevating, as the hurt turns into hating / Anticipating, all the fucked up feelings again. Qué mas da, creo que me gusta Korn. Me gustan muchas cosas, menos estar aquí.

-Te oigo, Cristina. Te escucho.

Empezó esa historia, de la cual, apuesto mi vida, hizo más de 20 poemas, todos malos como el mismísimo Leviatán. Esta vez yo ya estaba harta, pero sé que si me levantaba y le daba una bofetada, lloraría media hora, yo le pediría disculpas y le pediría que siguiera contándome con lujo de detalle. Esta vez no, esta vez dejé que se desahogara, pero yo sí me iba a ir del lugar, mentalmente hablando. Me gusta a veces como lo relata... pero Ya. Ya estuvo bueno de tanta estupidez.

Ella hablaba y hablaba y hablaba. Ella hablaba de ella. Ella, ella, ella, ella. Ella. Hablaba. Hablaba de Ella. De Hablaba Ella Ella. Yo sólo escuchaba cosas como "¿Comprendes lo grave que era la situación con Andrea? Yo no lo sabía, te juro que no lo sabía", "yo no sabía que ella poseía algo como eso" , "Nadie la creería capaz". Pero nada más. Basta: esta vez, Esta Maldita Vez, yo quería perderme los detalles. Y lo hice. Hoy no la iba a escuchar.

A mi me importaba un carajo todo, gracias a ella. Es difícil de explicar, pero así era.

La tarde anuncia un poco de lluvia, la calle totalmente despejada: Quiero salir a gritar mi deseada libertad momentánea. Lo primero que haría sería decirle a Cristina que se calle, que ya estuvo bueno de la misma estupidez, Get over it. Después salir corriendo de ahí y azotar todas las puertas que se interpongan entre la realidad que quiero y yo. Ya que haya llegado al pavimento, sería ideal que empezara a llover de una manera trágica: sentir la ira de Dios golpetear mi rostro, que el agua desnudara mis ojos del delineador y que el cansancio secara el labial de mi boca. Al compás de las gotas, correr sin parar hasta que mis cancerígenos pulmones me lo permitiesen; me iría quitando la chamarra negra, después el suéter estorboso y tirar las prendas sin importarme su aterrizaje. Después los zapatos, las calcetas moradas con líneas lilas que tanto me gustan y pisar descalza el pavimento húmedo, frío y solitario. Soltarme el pelo y sentir el aire recorriendo mi cara, desde la frente hasta la barbilla; mis brazos, desde el hombro hasta la falangeta del dedo medio...En fin, todo mi cuerpo, hasta mis pies frios y seguramente lastimados. Y, cuando llegue al apogeo de mi libertad emocional, saltar y tal vez, sólo tal vez, gritar. Y, ya que mis pies desnudos hayan posádose en el pavimento, irme a acostar al pasto mientras recibo la lluvia, sin importarme morir de una pulmonía o tener una enfermedad grave, de esas que dan en este siglo, a mi edad, a las muchachitas tontas como yo.

Seguía viendo a Cristina. No entiendo cómo era mi mirada en esos momentos, pero ella no entendía que yo ya estaba harta de oírla. Siempre describiéndome todo: "los problemas que Andrea y yo teníiiiiamos", "pensé que era a mí a la que iba a matar cuando sacó el revólver en plena clase", "Nadie captó a tiempo qué hacía el revólver en su boca", "la sangre de su cabeza en mi uniforme, Elsa, la sangre de su cráneo en mi cuello". Yo siempre le contestaba lo mismo: que Andrea siempre estuvo mal, que lo que pasó entre ellas sólo fue la gota que derramó el vaso y que la sangre jamás salió del cuello de mi camisa (yo creo que por eso odio sentarme hasta delante). No quiero entrar en detalles, sería caer en su juego. Pero se intuye, por lo antes mencionado, lo que presenciamos Cristina, otros 15 alumnos y yo ese día.
Lo que pasó en ese salón fue como para noticia de Estados Unidos, donde los chicos llevan drogas y armas al colegio y se dicen cosas como "Hey, man, is everything allright? you know... the business..." o de chicas que siempre se viborean con frases como "have you seen that girl? Oh My God, I think she is trying to hit on my boyfriend!! ugh!". Siempre se me ha figurado así el asunto. Los detalles de ese mezquino suicidio son un factor poético en ella, para mi sólo es una escena desagradable de las 10:00 am.

- Y nadie habló.
- ¿Pues qué querías que dijéramos? Farewell?

Cristina me miraba con esa mezcla de confusión, enojo y lástima, seguro por que pensaba que a mi ya no me importaba nada. Pero hay una gran diferencia entre no importar y superar. O tal vez no.
Yo la miraba. Sólo la miraba. Por lo común era con lástima, apatía y también con Odio. Pero no, esta vez la miraba.

- Quiero pensar que contestas esas cosas por que estas harta de oírme.
- El Ser Humano es una cosa muy chistosa, Cristina.
- Sabes que Andrea ya no tiene cielo, ¿verdad?
- Dios también es una cosa muy chistosa Cristina. Pero, en serio, es una cosa Hilarante.

Ya.
Ya basta.
No hay justicia.
El vacío: enorme.
Y no hablo de un vacío producto de estar aquí tanto tiempo, no. Me refiero a todo, simplemente todo: El precio que hay que pagar por toda esta joda ni un Paraíso es Suficiente recompensa. El hecho de Ser ya es una dolencia enorme.

Ahí seguía yo, viendo a la muchacha: acongojada, desesperada.
Me sentía mal...no por ella. No, no, ese asunto no era muy mio, al menos no me sentía parte de él. Analógicamente lo considero como un chiste local al que uno no pertenece, pero lo repiten una y otra y otra vez: hasta cierto punto se considera ese chiste una gran estupidez. Y también es una manera en que la gente demuestra que al menos tiene chistes internos para reir, no sin antes sentir un poco de auto-lástima, pero reir a final de cuentas. Esas cosas no se deberían repetir, pues pierden la esencia. Lo mismo que el asunto que yo tenía en cuestión con Cristina.

Quería llorar, manteniendo la cabeza al frente. Las lágrimas en línea recta son sinceras, no se esconden en la almohada ni en el pelo. Brotan del ojo y recorren la mejilla, siguen el trayecto, casi tocado la comisura del labio; recorren un pequeño tramo del cuello y caen. Simplemente caen.

Ya me quería ir. Pero no lo hacía. Inmóvil. Gran agonía.

The road to hell is paved with good intentions: Ahora sí entendía esa frase.

Silencio. La primera palabra que se me viene a la mente: Apoplejía.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Recuerdo algo parecido. Creo que la gente así le hablaría a un muro si tuviera orejas de yeso pintadas de rosa. No necesitan que alguien las escuche, sino sentir que le importan a alguien. Lástima tener que ser víctima de esto.

"- ¿Pues qué querías que dijéramos? Farewell?"

Nada mejor para decirle que ya no le de vueltas sin quejarse.

Saludª

Dark Light dijo...

Creo q me has hecho comprender tmbn la frase.

Me gusta como escribes y mucho.

Y si, a veces son solo ganas de q alguien te escuche y te diga "todo está (o estará) bien", aunq uno ya lo sepa.

Hamletmaschine dijo...

Es como dice un personaje de Andrzej Zulawski, en Possession: "Témale a Dios, aunque no crea en él".

El gran parapléjico.

Así son de grandes las pequeñas cosas.


Excelente post, muchos saludos...

Alejandro Chavarria dijo...

Si alguien hiciera un análisis somero de este relato podría decir que Cristina es el alter ego de Elsa, es la reificacion carnal de su propia vaciedad. La sombra que todos cargamos a cuestas y que a veces se nos presenta en formas que ni siquiera imaginamos, por eso aun esta ahí, por eso a pesar de su hastió las cadenas de su alma no la dejan escapar, pues esta aprendiendo importantes lecciones sobre si misma, solo que no son la que seguramente piensa.

Pero que bueno que nadie hace ese análisis superficial, seria inconsistente (quiero repetir esta palabra: "insustancial"[que belleza])al fin y al cabo.

Saludos.

undedo dijo...

Que bonito escribes corazon, eres como intelectual de closet =P

 
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